miércoles, 28 de diciembre de 2011

Lucha de gigantes.

Ando perdido, sin saber donde voy ni por qué lo hago. Tan solo camino, de noche, de día, camino y nada más. Dejo a mis pies hacer todo el trabajo y espero a que estén cansados para parar. Cuando están con fuerzas, vuelvo a reanudar la marcha.
Así pasan los días, los meses, los años, alimentándome únicamente de lo que la tierra produce. Tiro de un carro, un carro que posee en su interior algo que aún no me ha sido desvelado. Partí de Teim con él y su secreto no ha sido descubierto todavía. Tengo la esperanza de que pase pronto, de que un día no muy lejano todo esto se descubra y yo pueda volver a mi tierra, con mi madre, con mi padre, con mis dragones. Hasta entonces, aguardo con paciencia ese día, el día de mi liberación.
En una bolsa amarrada al carro, mi ropa, sucia, mugrienta, envejecida. En mis manos grietas y heridas por el esfuerzo. En mi cabeza miles de dudas. En mi corazón sueños rotos.
Pronto dejaré la tierra y tomaré el mar, no sé como ni con que lo haré, pero he de hacerlo ya que no me queda tierra por pisar.
Me enfrento a miles de peligros. Ya me lo dijeron el día que marché: Los dioses del estrado te persiguen, quieren destruir el carro, quieren destruirte a ti, ten cuidado.
La otra noche me atacaron, estaba tranquilo, mirando el cielo estrellado cuando derrepente las nubes se tornaron rojas y del cielo cayó una especie de meteoritos del tamaño de una cría de ninfa, puntiagudos, con los bordes afilados. Conseguí ocultarme dentro de una cueva pero uno de los meteoritos logro rozarme y desgarrar mi piel, un fuerte dolor recorrió mi brazo e inmediatamente se me hincho como si un virus infeccioso hubiera entrado en mi y quisiera acabar conmigo. Todo mi cuerpo comenzó a convulsionarse, no podía controlarlo, en un último intento de controlarme até mis brazos al carro para no caer en la tentación de salir fuera. Entonces, el carro, desprendió un halo de luz que acabó por cegarme. Con mis uñas rajé el carro e hice unas abolladuras en el casco. De pronto todo se volvió negro, cerré los ojos con fuerza y vi una lluvia de estrellas en mi interior, después un niño y finalmente un mago. No sé que quería decir aquello, quizás es solo el principio de lo que el carro quiere mostrarme.
Estoy asustado, las cosas no son como al principio, todo está cambiando, todo se vuelve oscuro, siempre. Siento a los dioses del olimpo detrás mío, pidiéndome que abandone el carro, que lo deje, ellos quieren protegerme de los dioses del estrado, pero que no pueden hacerlo, los dioses del estrado son demasiado poderosos, están obsesionados en destrozar ese carro, en destrozarme a mi.
Dentro de cuatro días cumplo dieciséis años, no sé si estaré vivo para entonces.
Esto es solo una pequeña imagen de la lucha que se está librando entre los dioses, de la lucha en la que, sin darse cuenta, está incluyendo a sus seres mágicos, a sus criaturas más apreciadas. Una lucha que acabará por destruir Reindolf. Una lucha de gigantes.